Por Lidia Señarís
«No es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿quién hablará?»
Primo Levi (1919-1987), escritor sobreviviente del holocausto judío.
«Todas las penas pueden soportarse si se convierten en una historia».
Isak Dinesen, escritora danesa (1885-1962).
Desde 2006 empezamos a delinearla en conversaciones que más bien parecían sueños. El propósito estaba claro: Dar voz a esas víctimas humildes, calladas y preteridas, alejadas de los focos mediáticos, que conforman la Asociación Andaluza Víctimas del Terrorismo.
Pero una revista es un asunto serio. Sin fondos de ninguna clase, apostando por el futuro y creyendo en la necesidad y la nobleza de ese sueño, nos dedicamos a armar el proyecto: delinear la forma y el contenido de las secciones, su fundamentación, su grafismo, diseño y maqueta maestra, su línea editorial, presupuesto de realización, impresión y maquetación, en fin, un programa serio, capaz de presentarse a las convocatorias de subvenciones para programas de sensibilización social del Ministerio del Interior y de otras instancias administrativas.
Todo lo que habíamos aprendido sobre Periodismo en nuestra trayectoria profesional en cinco países diferentes, lo pusimos al servicio de la asociación andaluza. Desde el primer minuto nos conquistó la autenticidad y alegría de Joaquín, Martina, Javier, Migue, Montse, Juan José, Vicenta, Félix, Zambrano, y todas y cada una de las personas que íbamos conociendo en las jornadas anuales y en otras actividades. Transcurrieron dos años, y finalmente, en junio de 2008, salió a la luz el primer número de Andalupaz.
En aquel «parto» periodístico tuvieron su impronta particular el promotor sociocultural Samuel Ramos, que entonces trabajaba a tiempo completo en la asociación, e Ignacio Pérez, a la sazón asesor de la Dirección General de Atención a Víctimas del Terrorismo del Ministerio del Interior, quien nos brindó su creatividad y su experiencia en la defensa institucional de las víctimas del terrorismo.
No se trataba solamente de divulgar la labor de la AAVT y servir a la comunicación interna de sus miembros, sino de defender esos valores que con tanta saña atacan los asesinos: la libertad, la convivencia dialogante en medio de la pluralidad, el Estado de Derecho y el respeto a la vida. Y, sobre todo, de deslegitimar el terrorismo en todas sus variantes y escenarios posibles.
Andalupaz ha enarbolado en la última década el homenaje permanente a las personas asesinadas o heridas por la sinrazón terrorista y también de sus familias, bien a través de entrevistas directas en Conversando con…, como en los reportajes de Homenaje y Recuerdo y en muchas otras secciones. Y no se ha limitado a las víctimas andaluzas, sus páginas han estado abiertas a todas las asociaciones autonómicas y fundaciones del colectivo en España.
En la década transcurrida, han desfilado también por las páginas de Andalupaz las palabras y reflexiones de expertos, funcionarios, jueces, fiscales, políticos, profesores, investigadores y todas aquellas voces que han tenido algo que aportar a este debate sobre cómo construir una sociedad mejor, libre del horror terrorista. Han sido muchos los nombres: el juez Javier Gómez Bermúdez, en ese momento presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional; el juez Fernando Grande Marlaska, quien ocupara posteriormente ese mismo puesto, además de ser Vocal del Consejo General del Poder Judicial; el fiscal de la Audiencia Nacional, Juan Moral de la Rosa; Benjamin B. Ferencz, el único fiscal vivo de los juicios por crímenes nazis de guerra de Nuremberg; el científico Bernat Soria durante su trabajo como ministro de Salud, el secretario general de Naciones Unidas hasta hace algún tiempo, Ban Ki-Moong; Fuensanta Coves Botella, en ese momento presidenta del Parlamento de Andalucía; numerosos consejeros y altos cargos de la Junta de Andalucía; José Manuel Rodríguez Uribes y Sonia Ramos Piñeiro, ambos directores generales de Atención a Víctimas del Terrorismo del Ministerio del Interior en diversas etapas y gobiernos; el director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, Florencio Domínguez Iribarren; el filósofo Fernando Savater y muchas otras personalidades.
Desde el principio, Andalupaz se imbricó en la sociedad civil andaluza y el movimiento del voluntariado en la región, a tal punto que apenas a la altura de su cuarto número, a finales del 2009, recibió una Mención Especial del jurado de la novena edición del Premio Andaluz del Voluntariado. En esa ocasión, el jurado subrayó nuestra «labor de concienciación y educación social de la ciudadanía y de defensa de los más importantes valores democráticos».
Esta distinción, verdaderamente notable, si se tienen en cuenta los cientos de proyectos que anualmente desarrolla el voluntariado andaluz, correspondió a Andalupaz «no sólo por dar voz y visibilidad al colectivo de víctimas del terrorismo de Andalucía, sino también por su contribución al fomento de una cultura democrática, basada en el respeto, el diálogo, la tolerancia y la defensa de la paz, entre otros valores éticos y cívicos», según el acta del jurado.
En esta década hemos intentado permanecer fieles a ese espíritu. Pensábamos que cuando las armas y bombas etarras hicieran al fin silencio, nuestra labor estaría cumplida y podríamos «colgar los guantes periodísticos», con el orgullo del deber cumplido. Confieso que personalmente me habría gustado cerrar este capítulo y dedicar mis energías a asuntos que también me apasionan como la poesía, la ciencia y los temas medioambientales.
Pero ETA y sus herederos políticos han comenzado otro tipo de atentados: el ataque a la verdad histórica, la perversión de las palabras, el vaivén de comunicados y declaraciones peregrinas y victimarias, los trasnochados perdones a medias, la glorificación de la muerte en aras de un pueblo del que curiosamente expulsan a todas las personas humildes, andaluces y de todas partes, que ellos asesinaron, en aras de un supuesto conflicto y una causa mesiánica que parecen creer a pie juntilla, con una voluntad proselitista y una avalancha propagandística arrolladoras.
Nos guste o no, nos apetezca o no, estamos inmersos en la batalla del relato. Hoy más que nunca necesitamos una revista como Andalupaz, que mira el mundo desde los ojos de las víctimas reales e involuntarias de unos asesinos iluminados. Necesitamos escribir, difundir y gritar si es preciso que el terrorismo carece absolutamente de la más mínima legitimidad y justificación. Precisamos demostrar, desde la razón y desde la emoción, que el terror no es solo ineficaz (por más que algún rédito sí sacaran algunos, para qué engañarnos), sino, sobre todo, inequívocamente indecente, inmoral e inaceptable.
Esa pelea del relato no es peninsularmente ibérica, ni nacional, regional o local. Es una batalla universal de largo aliento, porque el Yihadismo y otros «ismos» asientan también sus campañas de radicalización y captación de jóvenes en el mismo argumento que durante años defendieron los etarras: en la «cosificación» del supuesto enemigo, en el derecho a cobrarse víctimas colaterales (o no), presuntamente impuras y cómplices de quién sabe qué terribles poderes opresores. En pocas palabras: en el desprecio a la vida.
Por eso, en la medida de lo posible, sacando los recursos de aquí y de allá, robándole energías a temas quizás más dulcemente benévolos, seguiremos apostando por Andalupaz y aún más, multiplicaremos en el universo online el mensaje de las víctimas andaluzas y de todas las personas, de los más diversos signos políticos y credos, que luchan contra el terrorismo en cualquier latitud de este mundo ancho, pero nunca ajeno.