Conversando con: José Alcamí y Eduardo López-Collazo: TRAS UN VIRUS LETAL EN LA ESPAÑA DE LA RABIA Y DE LA IDEA
Entrevista: Lidia Señarís. Fotos de Asís G. Ayerbe y Luis Saguar.
DESDE QUE SALIÓ DE IMPRENTA ESTE VERANO, CORONAVIRUS: ¿LA ÚLTIMA PANDEMIA?, DEL SELLO OBERONDE LA EDITORIAL ANAYA, HA COPADO LOS PRIMEROS PUESTOS DE VENTAS EN LA GRAN PLATAFORMA VIRTUAL DE AMAZON Y TAMBIÉN EN LAS LIBRERÍAS, HASTA EL PUNTO DE QUE YA VA POR SU SEGUNDA EDICIÓN, ALGO NO DEMASIADO HABITUAL EN MUCHOS LIBROS DE DIVULGACIÓN CIENTÍFICA. NUESTRA REVISTA ANDALUPAZ HA TENIDO EL HONOR DE CONVERSAR CON SUS AUTORES, LOS CIENTÍFICOS JOSÉ ALCAMÍ PERTEJO Y EDUARDO LÓPEZ- COLLAZO SOBRE UN TEMA QUE, DESGRACIADAMENTE, SIGUE MARCANDO NUESTRAS VIDAS. Y AQUÍ TRAEMOS EN PRIMICIA UNA VERSIÓN DIGITAL DE ESTA ENTREVISTA.
Pepe Alcamí es especialista en Medicina Interna y Doctor en Microbiología. Actual- mente es profesor de Investigación en el Instituto de Salud Carlos III. Autor de 180 publicaciones científicas y 100 capítulos de libros, es un experto reconocido en el estudio de la interacción entre infecciones vira- les y el sistema inmune. Forma parte de numerosos comités asesores en el campo de la investigación en enfermedades infecciosas, tanto españoles como europeos. Ha divulgado la evolución de la epidemia desde su blog personal «pepealcamicoronavirus». Escritor y poeta, forma parte del grupo «Poetas ConVersos».
Eduardo López-Collazo es físico nuclear e inmunólogo, y un activo investigador en el campo de las infecciones y el cáncer, donde ha realizado importantes aportaciones al conocimiento de estas enfermedades. De origen cubano, dirige actualmente el Instituto de Investigaciones Sanitarias del Hospital Universitario La Paz, en Madrid. También autor de los libros: ¿Qué es el cáncer? y ¿Qué es el VIH? Gran divulgador, comparte su opinión a través del blog personal «Viernes», la columna permanente «Doble Hélice» en Redacción Médica y los artículos de reseña cultural que publica en la revista inglesa Bachtrack. En 2018 ganó el Premio Reflexiones que entrega Sanitaria 2000.
Como tristemente sabemos, el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, puso el mundo patas arriba en 2020. Y aunque ya no ocupe los titulares de las primeras planas (y pantallas digitales) de los diarios, lo cierto es que está aún muy presente entre nosotros. Y no lejos, sino en la calle y la casa de lado. A finales de noviembre de este aciago 2020 se produjo una cifra récord de muertes de la segunda ola en España, con 537 personas fallecidas en un solo día. Y según el Coronavirus Resource Center, de la universidad estadounidense Johns Hopkins, España ocupaba el tercer lugar de Europa y el sexto mundial en el número absoluto de casos, únicamente precedida por países de mucha mayor población total, como Estados Unidos, India, Brasil, Francia y Rusia.
A pesar de los ríos de tinta, bits informáticos y minutos de vídeo, todavía hay mucho «cuñadismo» ignorante en torno a este virus entre nosotros. Como bien recuerda al final de estas letras uno de los entrevistados, la confusión y el griterío reinante nos devuelven a esa España de charanga y pandereta que tan bien retrató en sus versos el poeta sevillano Antonio Machado. No es de extrañar tanta ignorancia. Si en nuestro contexto hacer ciencia es difícil, explicarla y narrarla resulta todavía más arduo. Por eso es muy de agradecer que dos científicos de altos quilates, como el especialista en Medicina Interna y Doctor en Microbiología José Alcamí Pertejo y el físico nuclear e inmunólogo Eduardo López-Collazo, robaran aún más horas a su sueño, para desvelarnos los entresijos de este complejo virus, en un libro de lenguaje sencillo y ameno, que se lee como una novela de aventuras.
En medio de sus ocupadísimas agendas, ambos científicos encontraron un momento para un breve diálogo a dos voces con Andalupaz.
— ¿Qué se siente al saber que un libro de divulgación científica sobre el coronavirus va ya por su segunda edición y ha copado durante meses los primeros lugares de venta en una plataforma tan inmensa como Amazon? ¿Alegría, deber cumplido, ganas de seguir llevando la ciencia al público? ¿Habéis cumplido vuestro propósito declarado de «escribir una historia»?
José Alcamí: Lo que más me alegra es cuando me escribe gente dándome las gracias por el libro y me dicen que les ha permitido entender muchas cosas. Pero quizás lo más gratificante es cuando me comentan que lo han leído de un tirón porque les ha «enganchado». Entonces es cuando siento de verdad que hemos escrito una historia y formamos parte humildemente de esa estirpe de «narradores de historias» que nació cuando nuestros ancestros se arremolinaban alrededor de las hogueras que les liberaba del miedo de la oscuridad para contar hazañas, viajes y experiencias.
Eduardo López-Collazo: Es una mezcla de perplejidad y alegría. Al final, al público le gusta la información científica, sólo hay que proporcionarla en un formato que sea asequible, entendible.
— Al parecer la teoría y la investigación de este SARS-CoV-2 se entretejió inexorablemente con la vida cotidiana durante la escritura del libro, en un caso con las vivencias de un gran hospital madrileño y en el otro, incluso, con el impacto de la enfermedad en carne propia. ¿Cómo influyeron esas vivencias personales en vuestro libro?
Eduardo López-Collazo: De hecho, esa vida cotidiana está presente en el libro. La historia paralela que se cuenta es de carne y hueso. Yo no tengo manera de separar mis «vidas»… Es una sola y así la vivo (risas). Pepe sufrió la enfermedad en su cuerpo; yo, la impotencia de un laboratorio cerrado que tuve que abrir como si me adentrara en una manigua armado con un machete.
José Alcamí: En mi caso enfermó mi mujer por asistir como médico a los pacientes y yo supe que en tres días me tocaría el turno. Ella lo pasó peor y tenía que haber ingresado, pero nos horrorizaba separarnos, las largas horas en la soledad de los hospitales, y decidimos aguantar aunque manteníamos una mutua cuarentena. En aquellos días, la que era una enfermedad lejana en China cuando empecé a escribir, llegó, primero a la ciudad fantasma confinada y luego al hogar. A pesar del cansancio profundo, leía sin parar sobre todas las pandemias, sobre este virus maldito, intentando comprender cómo funcionaba. A los diez días de iniciar los síntomas podíamos mejorar o empeorar mucho. Fue como doblar el cabo de las tormentas cuidándonos el uno al otro, y todo fue bien. Tuvimos suerte.
— Por la profusión de variantes reportadas en el mundo, pareciera que —como todos los virus— este SARS-CoV-2 es un mutante inquieto. ¿Se trata de mutaciones menores o de cambios radicales? ¿Qué impacto tendría este hecho en la efectividad de las potenciales vacunas?
José Alcamí: De momento sólo una mutación que se generó al principio ha supuesto un virus que contagia y se transmite mejor, pero afortunadamente no es más letal ni escapa a las vacunas previstas. Es un virus ARN peculiar porque dispone de «corrector de pruebas», detecta erratas en sus copias, por lo que muta muy poco. Pero no hay que confiarse, con cientos de millones de personas infectadas, el virus juega más veces a la ruleta y alguna combinación puede darnos un disgusto.
Eduardo López-Collazo: No tengo mucho que añadir a la docta opinión de Pepe. Por el momento, sólo puedo apuntar que la incidencia de las probables variantes en la efectividad de las vacunas está por confirmarse.
— En vuestros respectivos entornos científicos, el Instituto de Salud Carlos III y el Instituto de Investigaciones Sanitarias del Hospital Universitario La Paz, en Madrid, ¿qué líneas de investigación relacionadas directamente con el virus SARS-CoV-2 y su enfermedad resultante, la COVID-19, están actualmente en marcha?
Eduardo López-Collazo: En el IdiPAZ hay varias investigaciones relacionadas con la búsqueda de determinantes genéticos que propician la evolución severa de la enfermedad, marcadores de pronóstico, reciclaje de medicamentos, fase II y III de vacunas extranjeras, etc. En mi laboratorio, por ejemplo, acabamos de obtener un conjunto de marcadores que desde un inicio predicen la evolución del paciente.
José Alcamí: En el Instituto de Salud Carlos III hay una doble actividad: una actividad diagnóstica muy intensa y otra científica marcada por el entusiasmo de los investigadores y la penuria de este país que sigue sin financiar lo que vale la pena, ni siquiera en este escenario dramático. Yo participo en el estudio en que tratamos a los pacientes enfermos con el plasma de los pacientes recuperados y hemos puesto a punto una técnica para valorar la respuesta de anticuerpos en los pacientes. Será muy importante para evaluar la eficacia de las futuras vacunas. Otros compañeras han trazado el recorrido del virus en nuestro país desde el inicio de la pandemia, de dónde llegó, cómo entró por más de 62 lugares independientes, cómo evolucionó y se extendió. Una historia que nos ayuda a comprender lo que ha sucedido. Otros trabajan para comprender por qué algunos pacientes enferman y otros no. Fieles a la tradición de «intentar comprender» que enunció el gran Claude Bernard.
— Se ha hablado tanto de «salvar la Navidad» y el Año Nuevo, con un comprensible afán de jolgorio y de imperativos económicos, pero algunos echamos de menos una apuesta rotunda por «salvar las personas»… ¿Qué consejos claves podrían transmitirnos para el entorno personal y familiar?
José Alcamí: Que vendrán otras navidades. Esta es para pasarla en soledad con nuestra pareja, quizás con un hijo, pero no más. Y leer en la tranquilidad del hogar y recuperar las palabras. Cuando veo los indicadores de ese «semáforo sanitario» que se rige por los nuevos diagnósticos, la capacidad de test, la ocupación de camas y de las UCI, me duele que falte un parámetro que no se ha querido incluir, los muertos. ¿Cuántos muertos estamos dispuestos a pagar por esa «normalidad»? En las últimas semanas cada día se estrella en este país un Airbus 320, y vivimos con esto.
Eduardo López-Collazo: Mi opinión es tajante: mejor sin navidad. Así salvaremos la vida. Las reuniones familiares en sitios cerrados serán un caldo de cultivo para el virus. No lo podemos olvidar.
— Antes de despedirnos, os invito a una reflexión más general. En esta época de ruido, desinformación y avalancha de vídeos y mensajes… ¿Los ciudadanos de a pie podemos vivir de espaldas a la Ciencia?
Eduardo López-Collazo: Siempre he pensado que es esencial dominar las bases de las matemáticas, los principios de la física, la esencia de la química y las generalidades de la biología como parte de esos rudimentos primordiales para vivir. Esto nos ayudaría a no cometer errores de interpretación, saber el significado de eventos probables y, quizá lo esencial, no caer en la simpática tendencia de redescubrir viejas teorías que, una vez analizadas por siglos de ilustración, fueron desechadas. Si aprendiéramos la historia de la ciencia como parte de la cultura general, con gran probabilidad disminuiría el porcentaje de la población que de pronto quiere ver el planeta plano. Lo mismo ocurriría con quienes se oponen a vacunar a sus hijos o piensan que las jirafas tienen el cuello largo porque lo fueron estirando en busca de alimentos en las alturas.
La cultura de un individuo nunca se mide por su dominio, al menos somero, de la segunda ley de la termodinámica, por no hablar de la teoría de la evolución de Darwin o la relatividad de Einstein. Somos versados si hablamos con soltura de literatura, cine, ópera y ballet, pero en la puntuación para llegar al estatus refinado nunca se introduce conocer qué significa el área bajo una curva, la velocidad de cambio en una función matemática o la reacción en cadena de la polimerasa. Ha tenido que venir un virus devenido pandemia para dejarnos en evidencia. Ahora casi todo el planeta habla de la PCR sin saber que se refiere a la reacción en cadena de la polimerasa, los que dirigen detallan curvas que ascienden y descienden sin entender qué es la velocidad de cambio y su relación con el cálculo de una derivada y, en la cola del pan, se escuchan atinadas teorías sobre la inmunidad celular… ¿Te he convencido?
José Alcamí: Me preocupa mucho lo que está sucediendo. Durante el confinamiento, muchos pensábamos que el trauma nos haría cambiar a algo mejor. Pero cuando veo que sólo el 20 % de la población se vacunaría de entrada, que el 60 % piensa que el virus se ha creado en un laboratorio y el 40 % cree que hay una conspiración para vender vacunas, pienso que no ha cambiado nada. No hemos sabido transmitir la importancia de la ciencia, algunos han caído en la trampa de esa fama de los platós, el síndrome del tertuliano y con mensajes sin fundamento, nosotros mismos estamos transmitiendo desconfianza. Veo de nuevo esa España machadiana… «Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza». Luego veo a mis compañeros alrededor, a los estudiantes peleando día a día por aprender en esta situación tan dura y recupero la fe en la «España de la rabia y de la idea».