Entrevista: Lidia Señarís.
Conversar con Joaquín Vidal es dialogar, sobre todo, con un hombre bueno. Y con esa frase ya estaría dicho todo. Pero en este mundo, donde con frecuencia la bondad se confunde con debilidad y a quienes no gritan ni insultan a veces poca atención concedemos, quizás sea preciso abundar en esta definición.
A esa bondad esencial y auténtica, este sevillano suma una despierta inteligencia, un verbo florido, una capacidad incansable de diálogo (nunca exenta de filosofía y buen humor), y un verdadero compromiso, probado por la vida, con la defensa de las víctimas del terrorismo y la deslegitimación social de este flagelo.
Esas cualidades le han permitido representar dignamente a la asociación andaluza durante años frente a todos los cargos públicos, tanto de la Comunidad Autónoma de Andalucía como del Gobierno de España, y también internacionalmente: ante Naciones Unidas, Nueva York, en 2008; en el V Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo, Medellín, Colombia, en 2009; en el VII Congreso de Víctimas del Terrorismo en París, 2011; frente a la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OCSE) en Viena, 2008 y ante la Unión Europea, en su sede en Bruselas, en varias ocasiones.
A estas alturas de sus siete décadas de existencia, Vidal ha vivido muchas vidas: desde aquel chaval que entre los 16 y los 19 años estudió Filosofía en el seminario de San Telmo (actual sede del gobierno andaluz), hasta el funcionario de prisiones que durante 25 años conoció muy de cerca la catadura inmoral de los etarras, y que sobrevivió de milagro el 28 de junio de 1991, durante la explosión de un paquete bomba de ETA en la prisión provincial Sevilla I. Cuando Vidal Ortiz dice que ha vivido el terrorismo en sus propias carnes, no elabora una metáfora, sino que cuenta simple y literalmente su realidad.
— Se han cumplido ya 26 años de la creación de la Asociación Andaluza Víctimas del Terrorismo. Cuando mira atrás, ¿cree que ha valido la pena?
— Yo creo que ha valido mucho la pena. Desde el nacimiento de esta asociación, con todas las dificultades, los impedimentos, las trampas que nos pusieron, ha sido un éxito total. Porque la asociación donde arranca, donde nace, es en el carácter humano, en el sufrimiento verdadero de la víctima. Nosotros, ni pensamos en repercusión mediática, ni en grandes declaraciones ni en historias, sino que fuimos a donde hay que estar: al problema de las familias. Hay miles de personas, entre los asesinados y los heridos, que implican cantidad de familias rotas. Ese es el hecho verdadero. Las consecuencias de un atentado llegan a destruir a las personas y a su entorno familiar. Hemos visto familias totalmente deshechas, tanto si desaparece el padre, como si está herido. Y después llegan a donde llegan las situaciones por años y años. Yo no sé qué es lo que tendrá el terrorismo, pero su capacidad de daño en la familia es inmensa. Y esa ha sido siempre la base de nuestras peleas en todas las instituciones: el apoyo real, verdadero, que se necesitaba, no estaba.
— La asociación andaluza fue la primera asociación autonómica de España. ¿Por qué tuvieron tan claro que había que crear una asociación autonómica? ¿No podría parecer en ese momento que de este modo se estaba atomizando, disgregando, al colectivo de víctimas?
— La misma vida te lo dice. Aquí lo importante es que mientras más estemos luchando y trabajando, mejor. ¿Por qué hay varios sindicatos? Precisamente por eso. Aquí trabajamos con la ventaja de la proximidad, del día a día; en la asociación andaluza estamos de casa en casa. Una asociación a nivel nacional tendrá también sus funciones, y yo he sido siempre de los que ha admirado a la AVT, porque fue la iniciadora de la pelea por las víctimas, pero la envergadura de este país pedía a gritos este trabajo en las comunidades autónomas. Jamás aquí la intención fue buscar protagonismo. Y esa ha sido siempre la línea y ha llegado a todo el mundo. Nuestra lucha constante ha sido el núcleo familiar, justo en el sitio donde está. Allí es donde tenemos que estar. Nunca nos hemos metido en política. Mi único partido son las víctimas. Y a todas las instituciones de todos los colores les hemos exigido siempre que aunque quedara solamente una sola familia víctima del terrorismo en España, a esa había que ayudarla. Pero, lamentablemente, no es una sola, son muchísimas familias.
Por otra parte, resulta que las competencias de los apoyos sociales las tenía la comunidad autónoma. Tú llegabas al Ministerio del Interior y para las ayudas sociales te decían: «las competencias las tiene su comunidad», y por eso realizamos encuentros con las consejerías competentes que podían responder en el terreno a las necesidades de las víctimas. Desde el Gobierno, desde el núcleo central allí en Madrid, por una cosa o por otra, siempre teníamos en Andalucía la casa sin barrer. La primera necesidad, por ejemplo, era el apoyo psiquiátrico y psicológico, porque ahí ha dado mucha leña el terrorismo. Tienes una familia con los hijos destruidos, que han roto con los estudios, y no tienen el mismo desenvolvimiento de decir «Yo pa’ alante». Que hay muchos que sí, ¡Dios bendito! Pero otros no, otros no tienen esa capacidad, porque le han destruido a su familia y es muy difícil reponerse. Cuando empezaron a aparecer las leyes de apoyo a las víctimas del terrorismo, muchas veces, si te leías todos los preámbulos de cada ley, eran maravillosos y espectaculares, pero luego en la realidad te dicen: «Ah, no, ese beneficio le corresponde al muerto o al incapacitado». ¡Pero cómo va a ser el muerto el beneficiario!
— Si se revisan los documentos, las jornadas anuales, las declaraciones, queda claro que si hay una asociación que desde el principio ha puesto en el centro a la familia como un todo indivisible ha sido la andaluza…
— Es que esa fue nuestra idea fundacional. Yo decía siempre que teníamos que ser esa ambulancia de urgencia que llega allí a apoyar a las personas que habían sufrido un atentado. «Vamos a cargar con toda esa problemática y hacernos los responsables, para que tú descanses, ya tienes bastante con lo que tienes. Y vamos a estar apoyándote y luchando para que las instituciones te correspondan como necesitas».
Hemos vivido casos, por ejemplo, con los tetrapléjicos y los parapléjicos, en los que veíamos que la familia se comía ese problema sola, el de una persona necesitada de 24 horas de asistencia. Y yo siempre digo que el terrorismo le ha salido al Estado lo más barato del mundo. Yo viví desde el año 1969 la experiencia del trabajo en la prisión de Martutene 55, en San Sebastián, donde ya había más de 50 etarras presos, y hasta el año 1991, durante mis 25 años de servicio estuve viviendo esa problemática de los asesinos. Lo he llevado muy dentro. Y eso, después de mi atentado, fue lo que me hizo lanzarme y fue cuando creamos la asociación y yo pensaba: «mientras el cuerpo me haga sombra, yo estaré ahí». Con sencillez y humildad, porque aquí ninguno somos especialistas infalibles, ni mucho menos famosos.
— Se da la circunstancia añadida de que la mayor parte de las víctimas andaluzas eran personas anónimas, tremendamente sencillas. Salvo contadas excepciones, no eran jueces, políticos, grandes empresarios o militares de alto rango. ¿Cómo se explica para quienes no conozcan el tema, que estando tan lejos geográficamente del País Vasco haya tantas víctimas andaluzas?
— Eso lo he dicho siempre: «cuántos pobrecitos mueren y nadie los tiene en cuenta». Tú lo veías, que cuando la persona era importante, ya había diferencias en la atención. Cuando la persona asesinada era de una institución fuerte o de relevancia, ahí estaba todo el mundo. La mayoría de los andaluces víctimas habían entrado en las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado porque era una manera de buscarse la vida, con la falta de trabajo y las historias que vivimos aquí. Porque la mayoría eran policías o guardia civiles de a pie, y esos han sido siempre extremeños, andaluces, de Castilla la Mancha, gallegos, de los territorios donde había más necesidad. Y realmente estas personas fueron el soporte de nuestra democracia. Y lo que les sucedió obedeció a que unos asesinos buscaron la destrucción de un país democrático, de las libertades, la tolerancia, vendiéndole a la gente que ellos eran unos salvadores. Y vinieron a destruirnos, con esta segunda dictadura dentro de nuestra democracia, salimos de un dictador y estos bandidos nos metieron en otra dictadura.
— ¿Por qué estas víctimas andaluzas estaban aisladas en sus casas, incluso culpabilizadas, cargando con aquel infame: «algo habrá hecho»?
— Eso lo vivimos en los comienzos de la asociación. Estaban aisladas, no querían saber nada, no veían noticieros ni leían prensa, ni nada. Porque era un «machaqueo» impresionante. Y hablamos sobre todo de los dichosos años de plomo, cuando había un día sí y otro también un atentado. Fue así por la habilidad de estos asesinos para conseguir arrinconar a las personas. Eran víctimas prácticamente desconocidas. Al nacer como primera asociación autonómica, nos encontrábamos muchas veces en los ministerios en Madrid esa traba, nos miraban como diciendo: «¿Estos quiénes son?». Los fundadores éramos todos víctimas directas del terrorismo. Sin embargo, tú llegabas a los ministerios, pedías información, pedías ficheros y te decían: «No, no, aquí no hay nada». O si los había, no te los daban. Hicimos la asociación a cincel y martillo, yendo provincia por provincia y casa por casa, por el boca a boca. Fue muy difícil. Por eso iniciamos precisamente las célebres jornadas anuales. La asociación andaluza fue la primera asociación que las organizó, para unir dentro de una comunidad a todas sus víctimas. Allí empezamos a conocernos unos a otros, intercambiábamos soluciones y recomendaciones. Cuando podamos hacerlo, celebraremos las XX Jornadas (serían las XXI de no ser por la pandemia). Ha sido una satisfacción, porque no sólo nos quedamos en el marco de nuestra comunidad, sino que desde hace ya años en cada jornada anual hemos tenido representantes de veintitantas asociaciones. Hicimos del mapa de España una víctima, todas a una. Nos conocimos todos. Y eso ocurrió sin apenas darnos cuenta del alcance de estas jornadas andaluzas. Porque antes no existía eso de que una víctima de Galicia conociera a una de Andalucía. Por eso, cuando fueron nacieron las distintas asociaciones, creamos la Federación, que fue también un gran logro, porque establecimos una comunicación más permanente y más directa.
— Entonces, a pesar del carácter autonómico de la asociación, usted y sus colaboradores no dijeron nunca: «los andaluces nada más» o «los andaluces primero»… ¿Tenían en mente desde el comienzo a esas otras víctimas más o menos olvidadas en pueblos y ciudades pequeñas de las diversas comunidades?
— Lo cierto es que en la práctica fuimos fomentando esa idea, esa inquietud, en todas las comunidades. Eso fue algo realmente hermoso. Y cuando ya se crearon asociaciones en las diversas comunidades, entonces nos unimos todos. Siempre hemos ofrecido nuestra experiencia. Si alguien ha pensado alguna vez que queríamos protagonismo, ahí está la realidad. Lo que hemos hecho es repartir esa unión, ese apoyo, a cada familia en su propia casa. Sin meter nunca baza con ninguna otra asociación ni tampoco en temas políticos concretos. De hecho, ese es el espíritu que siempre he transmitido como presidente de la federación de asociaciones autonómicas, nosotros tenemos que colaborar todos con todos. Porque es lo más hermoso y también lo más efectivo. Siempre he considerado que en el plano nacional la AVT tiene esa base de principios tan importante porque a partir de ella nació la búsqueda del apoyo a la víctima. Pero si ahora somos más, eso lo que tiene que traernos es más comprensión, más capacidad de trabajar juntos, en beneficio de las familias víctimas del terrorismo.
— Desde afuera a veces es difícil de entender esa insistencia en la atención a toda la familia. En la asociación andaluza realizan, por ejemplo, actividades con los niños, algunos son hijos de víctimas, pero otros incluso nietos… ¿Por qué?
— Hemos visto la realidad de una secuela que rodea a toda la familia, no solamente a los de primer grado, sino hasta llegar a los más pequeños, incluso a los nietos. Porque durante muchos años no se ayudó a nadie, estaban totalmente abandonados, solos, y eso se reflejó en toda la familia, en la historia y el devenir de esas familias. Y por eso planteamos que por lo menos que disfruten aunque sea sus nietos de un apoyo. El daño del terrorismo es muy profundo, muy serio. Sobre todo en estas familias sencillas, carentes de medios, que estuvieron abandonadas durante mucho tiempo. La desestructuración de las familias, las secuelas, se van reproduciendo. Y no hablemos ya del entorno de los tetrapléjicos o parapléjicos o de personas con secuelas físicas o psicológicas graves. Han subsistido gracias a sus familias y el impacto ha sido muy duro y profundo, con implicaciones que han atravesado a varias generaciones. Hemos intentado que la ayuda sea para todos por igual, por anónimos, humildes o desconocidos que fueran, aunque vivieran en el pueblo más perdido.
Los familiares de políticos víctimas del terrorismo siempre han tenido el apoyo de sus respectivos partidos, y eso me parece realmente muy bien, no tengo nada en contra. Pero eso lo tenemos que llevar y compartir entre todos. La equidad tenemos que llevarla como un blasón.
— Mirando atrás, ¿cuáles serían los logros más importantes de la asociación andaluza?
— El primero es precisamente ese darle vida a todo el mundo por igual. Que sientan, como sienten y expresan, que esta es su familia. Que todo el mundo es igual y todo el mundo recibe el mismo apoyo y la misma ayuda. Esa lucha es el gran logro, esa capacidad humana de soporte. Porque aquí tienes que llevar tu dolor y el dolor de los demás. Las personas que hemos estado ahí, totalmente solidarias, sin recibir nada a cambio, hemos sido el consuelo de las víctimas de toda nuestra comunidad. Eso de tú llegar y saber que alguien te escucha, te comprende, es algo difícil de narrar si no se ha vivido.
Y más concretamente, hemos logrado organizar un equipo psicológico, jurídico, incluso nuestra propia labor de comunicación. Y algo muy importante, esencial, hemos logrado conseguir una ley dentro de nuestra comunidad.
— En la actualidad, después (y durante, porque no ha acabado) de una pandemia, tampoco os habéis detenido. El tema del momento es la reforma de la Ley andaluza 10/2010. ¿Qué nos puede contar sobre esto?
— Ya está presentada la propuesta de modificación de la ley en el parlamento andaluz. El texto ya está, incluso, publicado en el BOPA. El objetivo es que la aplicación y todos los tipos de ayudas sociales se profundicen y sean una realidad, que las reciban las familias. No tiene sentido una ley que beneficie al muerto o al incapacitado total, que no precisa ni trabajo, ni ayudas sociales, ni nada. Quien lo necesita es la familia. Esa es la esencia de esta reforma.
— Pero al parecer cuesta mucho, porque eso implica incontables reuniones con las instancias de la administración, explicar y volver a explicar, en Andalupaz ya perdimos la cuenta de cuántos de estos encuentros hemos reseñado…
— Implica mucho trabajo, y muchas trabas. Porque tú reclamas una cosa y te dicen: «eso es para todo el mundo». Y tienes que explicar que no queremos ser una excepción dentro de los españoles, que en todo caso, ese trato excepcional nos lo piden los propios españoles, la sociedad. Porque hemos vivido hechos tan radicales y tan trágicos, y por eso el tratamiento debe tener un carácter extraordinario, no para diferenciarnos de los demás, sino para reconocer esas tremendas situaciones. Ninguna víctima eligió serlo, en todo caso, quien nos convirtió en excepción fueron los terroristas.
— El bienestar de las familias ha sido el caballo de batalla de la asociación andaluza. Pero también se ha involucrado en la labor de deslegitimación social del terrorismo. Por eso precisamente nació esta revista Andalupaz. ¿Por qué es necesario ese trabajo?
— Creo que ese transmitir a la sociedad cómo debemos responder ante esta problemática tan difícil del terrorismo es imprescindible. Recuerdo que desde 2006 empezamos a ir por los colegios con el proyecto «Somos iguales, somos solidarios». Cogíamos a las criaturas y hablábamos sobre el diálogo, la comprensión, la tolerancia, sobre cómo solucionar los problemas de manera dialogada. No hablábamos ni siquiera solamente sobre terrorismo, sino sobre esa búsqueda de ser iguales y solidarios. Los niños hacían teatro, manifestaciones plásticas, se involucraban también los educadores. Y al final, después de estar una semana trabajando, hacíamos un acto final, los llamados Encuentros por la Paz, donde teníamos más de 300 niños allí, todos atentos, escuchando los testimonios de la importancia del diálogo, de solucionar los problemas juntos, y creando ellos sus propios testimonios. También realizamos diferentes actividades en las universidades.
Y luego, por supuesto, es muy importante el reto del relato, de dar voz a ese testimonio para que la víctima adquiera visibilidad frente a la sociedad. Si las víctimas callan, lo que se escucha es la versión de los terroristas.
Es lamentable que los terroristas nos estén ganando en ese campo, y tenemos que dar a la sociedad un relato de la verdad, la memoria, la dignidad y la justicia de la víctima. Y decirle a los asesinos y a quienes los han apoyado: «¡Usted no puede hablar así, hombre!». Nosotros incluso los escuchamos. Porque en esos 50 años no ha habido un acto de venganza de las víctimas, nadie ha tomado la justicia por su mano. Y por eso, porque creemos en la democracia, hasta los escuchamos.
Pero no podemos consentir que en nuestra democracia, que hemos construido con las vidas de tanta gente, venga alguien a participar en política sin siquiera condenar rotundamente el terrorismo. Creo que el Estado debe decir: «Quien entre en la actividad política y parlamentaria, lo primero que debe hacer es condenar todos los atropellos terroristas, todas las violaciones de los derechos humanos, las masacres que han hecho, la barbaridad tan enorme jamás contada. Usted, pase aquí a la casa, que nosotros somos personas de diálogo, de comprensión, de verdad, pero que ese paso sea con la verdad por delante y con la condena rotunda del terrorismo por delante».
Yo creo que lo primero que tendrían que haber hecho es visitar ese excelente Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en Vitoria, y ver lo que han hecho. Y entonces salir de allí por las calles, por los pueblos y por el mundo entero, diciendo: «Eso no se puede hacer nunca más». Ese sería el aporte mayor que podríamos hacer al mundo, la deslegitimación social del terrorismo.
Quien quiera dar el paso y estar con nosotros en la línea de la convivencia, que empiece ante todo condenando el terrorismo. Nunca nos hemos involucrado en política, pero la única exigencia que sí le hacemos a cualquier partido para participar en política es la condena rotunda del terrorismo y el reconocimiento del error, en el caso de los que han apoyado a los terroristas. Cómo pudo suceder esto, estas masacres, a personas inocentes, niños, mujeres, a personas que sólo buscaban su trabajo. Tenemos la gran suerte de contar con unos cuerpos y fuerzas de Seguridad maravillosos, incansables, salvando vidas, apoyando a todo el mundo, a los más desgraciados, y vinieron estos a asesinarlos y no sólo a ellos, a muchísima gente de muchos sectores diferentes, durante décadas y décadas.
Los mayores amantes de la democracia, los amantes de la convivencia, los amantes de los derechos humanos, somos las víctimas del terrorismo. Los amantes de todo lo que los asesinos han destruido somos las víctimas del terrorismo.
— Por otro lado, de puertas afuera desde muy temprano la asociación andaluza ha tendido puentes, especialmente con el País Vasco, con el propio escenario donde muchos andaluces sufrieron sus atentados…
— Ahora mismo se está exhibiendo la película Maixabel, y ella, la Maixabel de carne y hueso, era una presencia constante en las jornadas de nuestra asociación. Cuando organizaron la oficina de atención a víctimas en el País Vasco, con la primera asociación fuera de allí que tomaron contacto fue con la asociación andaluza. De hecho, cuando la asociación andaluza cumplió 20 años de vida, la hicimos socia de honor, a ella y a Txema Urkijo, quien trabajó en su equipo en esa oficina y fue un gran amigo de la asociación andaluza.
La primera vez que un lehendakari tomó contacto directo con víctimas del terrorismo fuera del País Vasco fue aquí en Andalucía, en nuestras jornadas de Córdoba, de 2006. Yo estaba en la mesa aquella y fue grande ese gesto de Juan José Ibarretxe de venir a decirnos: «yo vengo a pediros perdón». Fue algo grande e impactante. Porque muchas víctimas en un principio no querían ni que viniera a hablar. Tuvimos que convencerlas. Queríamos convivencia. Fue algo histórico.
Después también Íñigo Urkullu vino aquí a Andalucía y organizamos una reunión con cincuenta víctimas de la asociación andaluza y él salió impactado de esa reunión, cuando vio el sufrimiento, porque es importante vivirlo. Y él ha tenido siempre esa capacidad humana de encontrarse con las víctimas.
También hemos tenido muchos encuentros allí en el País Vasco. Estuvimos en el parlamento vasco, por ejemplo, para llevarles ese mensaje de tantas vidas rotas que habían dejado los terroristas de ETA, incluso fuera de su territorio.
— Revisando entrevistas y conversaciones con usted, a lo largo de los años, encuentro una y otra vez un sustantivo: «pluralidad»…
— Ese ha sido uno de los grandes principios de la asociación andaluza: la pluralidad de las ideas. Porque, claro, donde hay tantas víctimas, hay de todos los colores. Y siempre hemos dicho: «señores, aquí cada uno con su opinión, pero dentro de ese respeto, armonía y convivencia»… O como decimos muchas veces aquí en Andalucía: «Vamos a llevarnos bien». Opine usted lo que quiera, vote usted al partido que desee, pero únicamente entendiéndonos y respetándonos vamos a construir una sociedad y un mundo mejor.
— Algo que asombra de la asociación andaluza es la alegría de sus encuentros, de sus jornadas…
— Eso queda muy bien resumido en la letra de nuestro himno, el espíritu de sencillez y de alegría de las buenas gentes de esta asociación. Siempre mirando al futuro, nunca buscando venganza. Ese ha sido nuestro empuje, la lucha por el bienestar de las familias y construir la alegría, con tu sufrimiento y tu memoria a cuestas, pero siempre avanzando hacia delante. ¡Qué importante es rescatar a las personas del odio, de la tristeza, y llevarlas a la alegría, al esfuerzo positivo por hacer entre todos un mundo mejor!
— En lo personal, del atentado que usted sufrió en 1991, ¿qué es lo que más recuerda?
— Siempre me ha quedado esa sensación, esa ironía, de que tiene narices que después de haber estado desde el año 1969 en contacto directo en el País Vasco, conviviendo con los etarras, como funcionario de instituciones penitenciarias, y haber tenido allí siempre en la mente: «Me tocará», al final me alcanzaran en mi propia tierra, en la prisión de Sevilla I. Y fui uno de los grandes afortunados, porque en ese atentado reventaron a cuatro personas, a un compañero mío funcionario y a tres ciudadanos civiles. Estando a tres metros de la bomba, quiso Dios que yo escapara con vida. Por eso yo me prometí que mientras que el cuerpo me haga sombra estaré luchando por transmitirle al mundo que esto no se puede repetir, que lo que hemos vivido es inadmisible. Quienes fueron asesinados no pueden hablar porque no están aquí, pero mi voz, aunque sea poquita y corta, no se va a callar. Intentaré que el mundo se entere y que comprendamos que esto no se puede repetir. Por eso empezamos desde 1993 tres o cuatro compañeros con la idea de luchar y hacer lo que pudiéramos, hasta donde lleguemos, llegamos. Quisimos ser la voz de quienes ya no están. Siento que ellos nos dicen: luchen ustedes.
Ese atentado en la prisión Sevilla I, que coincidió con el término del horario de visitas, pudo haber sido una masacre inmensa, de hecho, uno de los asesinados era un familiar que estaba de visita. Por no hablar de la masacre que se evitó al detener a Henri Parot en la entrada de Sevilla, en el pueblo de Santiponce. El elemento ese traía más de 400 kilos de Goma2 para ponerlo ahí en el Corte Inglés de la Gavidia. Eso demuestra hasta dónde llegaron las intenciones asesinas de estos tíos. Y la tremenda valentía de esos dos guardias civiles que lo detuvieron.
— Andalucía estuvo en la mirilla de ETA durante largo tiempo, con la creación del comando de igual nombre y con intentos como ese del asesino Henri Parot. Quizás esa sea una parte de la historia de ETA algo menos abordada y relatada.
— Pero es una verdad histórica. Y demuestra la capacidad operativa y la estructura de estos bandidos. Desde Irún hasta Cádiz asesinando gente, pasando por Madrid. Fue tremendo el poder de masacrar que llegaron a tener. Y vienen ahora algunos con el «ji, ji, ja, ja». ¿De qué estáis hablando? ¿A qué jugáis?
En el caso del atentado de la prisión Sevilla I, las familias de los funcionarios vivían prácticamente enfrente, muy cerca. Mi hija Martina era una chiquilla y estaba allí frente a la prisión, porque era visitante frecuente y nadie podía imaginar que ese día iba a pasar eso. No les importaban las familias, no les importaban los niños. Nadie me lo contó. Lo viví. A mí me dejó gran huella física y psicológica este atentado y también mi paso por instituciones penitenciarias, en mi cuerpo y en mi alma. Mi única compensación ha sido aportar, lo poco o lo mucho que pudiera, para luchar para que esto no se vuelva a repetir jamás.
— ¿Ayudar a los otros en cierto sentido le ha ayudado?
— Es el denominador común que nos queda a todos, el conocer a tanta gente buena, su sufrimiento y sus historias, es la única compensación. Aunque también ha habido muchas incomprensiones, algunos malos ratos y todo tipo de dificultades.
— ¿Por qué entonces no lo ha dejado? ¿Qué le ha impedido cansarse y abandonarlo todo?
— Creo que fue el compromiso ése que me hice a mí mismo. Aquí no tienes ningún otro pago. Sólo te llevas la compensación humana de tu aporte. Otra cosa no hay. Aquí en esta asociación nunca se ha cumplido esa frase de: «mamá, yo quiero ser artista». Eso lo has vivido personalmente, tras tantos años compartiendo con la asociación. Aquí nadie busca protagonismo, ni posiciones, ni otra cosa que no sea el bienestar de las víctimas y la deslegitimación del terrorismo. Hemos ido haciendo lo que hemos podido, con errores, con triunfos, con ilusión, y simplemente, sin más historia que ésa. Me llevo esa compensación humana para mí, para mis adentros. Porque tuve la conciencia de haberme salvado, y me dije: «mientras pueda, seguiré luchando. Hasta donde llegue, llegaré». No tengo agobio de ningún tipo, a veces ya lógicamente pesa la edad y llegará el momento en que me tendré que ir, pero me queda esa satisfacción interior mía. Mis compañeros no están, pero yo siento que me dicen: «habla por nosotros».
— En el mejor estilo andaluz, terminemos con una nota risueña. ¿Recuerda alguna anécdota simpática que haya vivido como presidente de la Asociación Andaluza Víctimas del Terrorismo?
— Bueno, hay una que, por cierto, demuestra la importancia de la asociación andaluza, el lugar que poco a poco fuimos ocupando y también la importancia de las asociaciones autonómicas en general. En septiembre de 2008 se celebró en la sede de Naciones Unidas en Nueva York un Simposio Internacional de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo, al cual fui invitado por el entonces Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon. E incluso, me tocó dar un discurso en favor de las víctimas allí, en aquel recinto tan solemne, frente a representantes de más de 70 países.
Fue una vivencia muy positiva, una ilusión. Ban Ki Moon era un hombre muy sensible con el tema del terrorismo y muy informado sobre esta problemática. Lógicamente, lo primero que nos pidieron, por las necesidades de traducción a tantos idiomas diferentes, fue el escrito del discurso. Y como bien sabes, lo mío no es leer discursos. Me salgo siempre del guion, totalmente. Y allí había una zona muy grande, con una especie de cabinas acristaladas, donde estaban los traductores, y mientras estoy dando el discurso voy viendo de refilón una creciente inquietud en aquellas cabinas. Claro, cuando empecé a hablar, con nuestro clásico acento andaluz y con esas frases espontáneas que no tenían nada que ver con el papel, los traductores tuvieron que emplearse a fondo para seguirme. Pero, ¡yo seguía siendo yo, aunque estuviera en la ONU!