DEBIDO EN PARTE A LA EMERGENCIA SANITARIA DEL CORONAVIRUS, EL AÑO 2020 Y TAMBIÉN ESTE VERANO DEL 2021, HAN MARCADO RÉCORDS EN LA ECLOSIÓN DE LA IMAGEN Y LA PALABRA EN MÚLTIPLES FORMATOS, EN PARTICULAR LAS SERIES Y LOS DOCUMENTALES. POR UN CURIOSO AZAR, HEMOS VIVIDO —JUSTO EN ESTOS TIEMPOS— LA AVALANCHA DE SERIES, PELÍCULAS Y HASTA RELATOS RADIOFÓNICOS SOBRE EL TERRORISMO ETARRA.
ETA: ESE DIFÍCIL TEMA DE TRES LETRAS ASESINAS
Por Lidia Señarís
ETA siempre ha sido un tema difícil de abordar narrativamente y mucho más en televisión, más allá del reportaje y los informativos. El año 2020 rompió definitivamente con esta tendencia, acercando ETA a la televisión comercial, tanto en ficciones como documentales: la serie documental de Jon Sistiaga ETA, el final del silencio, en Movistar +; el largometraje Lagun y la resistencia contra ETA, de los periodistas José María Izquierdo y Luis Rodríguez Aizpeolea; La línea invisible, de Mariano Barroso para Movistar + y Patria, la adaptación de la novela de éxito de Fernando Aramburu, la primera gran producción de HBO España y el estreno en Amazon Prime de la serie documental El desafío: ETA, basada en el libro del coronel Manuel Sánchez Corbí y la cabo primero Manuela Simón, dirigida por Hugo Stuven. Todas ellas han tenido, y tienen todavía en este verano de 2021, un notable éxito de público, tanto en España como en el extranjero.
En 2020 también se desarrolló una peculiar y hermosa iniciativa, la adaptación radiofónica de cinco de los diez relatos del libro Los peces de la amargura, publicado por Fernando Aramburu en 2006, transmitidos por Carlos Alsina en «Más de Uno», de Onda Cero, entre el lunes 16 y el viernes 20 de noviembre del difícil año 2020. Catalogados como «ficción sonora» por sus creadores, pueden escucharse en la web de esta emisora (https://www.ondacero.es/programas/mas-de-uno/audios-podcast/peces-amargura/). Lo más interesante, a nuestro juicio, es que estos relatos están construidos desde el punto de vista de las víctimas y de sus familias. Y, en el moderno formato radiofónico de los podcats se ha vivido un reverdecer de los temas relacionados con el terrorismo y su historia.
Pero quizás lo más importante (y esencial motivo de reflexión) es desde «dónde» se narra. Después de tres décadas de ejercicio periodístico y literario en cinco países, con el tema de los derechos humanos como brújula, me permitiré ser rotunda en este punto: eventualmente, todas las voces pueden escucharse, pero son las víctimas quienes deben delinear el prisma moral y la verdad desnuda del relato sobre el terrorismo. No puede haber equidistancia. Se lo han ganado con su sangre y nadie les preguntó antes de matarlas, herirlas, hostigarlas y destruir a sus familias, si querían ser víctimas. Las víctimas de ETA no estaban en guerra alguna. Se levantaban cada mañana y acudían a sus trabajos, perfectamente legales y respetuosos del prójimo, en una sociedad democrática, con todas las imperfecciones y carencias de cualquier intento de construcción social democrático.
En el número 2 de Andalupaz (a finales de 2008, aunque circulara en enero de 2009) publicamos una breve reseña sobre Los peces de la amargura, en la que citamos un fragmento de una entrevista de Fernando Aramburu publicada en el Diario Vasco. Afirmaba el escritor: «A mí me gusta el mestizaje. Me gustan los hombres capaces de dudar y de disentir, si hace falta, de sí mismos. Me gustan los que admiten con gusto las diferencias y sus propios errores, los que no se pegan como lapas a un ideal, los escurridizos a las definiciones, los que no ponen bombas para quedarse a solas con sus ilusiones utópicas, los que no tratan de construirse un paraíso con sangre ajena».
Frente a algunas visiones románticas y rebosantes de testosterona de gudaris valientes y luchadores por la libertad, sería muy de desear que los creadores, responsables de adaptar al cine y la televisión novelas varias, y en fin, quien se interese por abordar narrativamente ese complejo y vergonzoso episodio de la historia vasca y en general española, comprendan, ante todo, esa verdad elemental: las víctimas jamás trataron de construirse un paraíso con sangre ajena; fueron ellas quienes pusieron la sangre y sin que nadie les preguntara su opinión. Convertirse en terrorista fue una opción consciente de unos sujetos que no dudaron en poner bombas en un patio lleno de niños, o ultimar de un balazo en la nuca a un padre frente a su hijo pequeño, pero convertirse en víctima NO fue una opción libremente elegida, sino una imposición.
Todas las utopías mesiánicas vinculadas a los orígenes de ETA y también los excesos, errores y complejos tonos de grises en el enfrentamiento del terrorismo forman parte de la realidad y, sin duda, como tal pueden narrarse y filmarse. Pero la balanza debe estar siempre del lado de las víctimas, nunca de los asesinos. No hay, ni siquiera, el más tenue de los equilibrios o la más nimia equidistancia. Matar es matar. Aquí y en Japón.