Luis Miguel Sordo Estella: «El relato de la sinrazón etarra debe llegar a las nuevas generaciones»
Por Lidia Señarís.
Por su interés y alto contenido informativo, traemos íntegramente a nuestro blog «Con la luz de Andalucía» la entrevista que le concediera el coronel retirado Luis Miguel Sordo Estella, autor del libro «Las víctimas militares de ETA» a nuestra responsable de comunicación, la editora, poeta y periodista Lidia Señarís.
Luis Miguel Sordo Estella (Zaragoza, 1952), es militar de carrera, para más señas, coronel de Infantería (retirado en 2017). Pertenece a la XXXI Promoción de la Academia General Militar de Zaragoza, donde ingresó por concurso-oposición en 1972. Fue promovido al empleo de teniente de Infantería en diciembre de 1975, en la Academia de Infantería de Toledo.
Ha ocupado múltiples destinos en diversas unidades militares del Ejército de Tierra (Operaciones Especiales, Ligeras, Mecanizadas, Acorazadas, Montaña, Logísticas y Comunicación) durante su vida castrense, y ha sido profesor de la Academia General Militar durante nueve años.
Estuvo destinado en el País Vasco en dos periodos de tiempo: como oficial en el Regimiento de Infantería «Garellano» nº 45 de Bilbao, de noviembre de 1977 a junio de 1981 (durante los llamados «años de plomo») y en San Sebastián, de 2005 a 2007, como Coronel-Jefe del Regimiento de Infantería «Tercio Viejo de Sicilia» nº 67, Jefe del Acuartelamiento de Loyola y Comandante Militar de Guipúzcoa.
Fuera de las fronteras españolas, participó activamente en la Operación de Mantenimiento de la Paz en Guatemala (MINUGUA-Misión de Verificación de Naciones Unidas en Guatemala) para la Verificación del cese el fuego, separación de fuerzas y desmovilización de la guerrilla guatemalteca (1997).
Su último destino fue en el Instituto de Historia y Cultura Militar, de 2012 a 2017.
Además de diversos cursos y titulaciones militares, es Licenciado en Psicología, Doctor en «Paz y Seguridad Internacional» y Diplomado en Relaciones Internacionales. Su tesis doctoral sobre las Negociaciones de los gobiernos democráticos españoles y ETA (1976-2006), leída y defendida en 2016, fue seleccionada y publicada íntegramente por el Servicio de Publicaciones y Patrimonio Cultural del Ministerio de Defensa en 2017, dentro del catálogo de tesis doctorales.
Esa brillante hoja de servicios y amplia formación le confirieron a este militar el temple necesario para una batalla peculiar y tremendamente difícil: enfrentarse a la página en blanco, a los archivos rebosantes de datos, a la búsqueda de fuentes (documentales y humanas) para la contrastación y verificación de datos, hechos e hipótesis. A la pelea que supone, en definitiva, escribir un buen libro. Y lo ha hecho más de una vez. En 2017, la editorial Tecnos (Grupo Anaya) le publicó Promesas y Mentiras. Las negociaciones entre ETA y los gobiernos de España (1976-2006) y ahora acaba de salir, en la misma editorial, Las víctimas militares de ETA, un título que viene a llenar un espacio inexplicablemente en blanco en la historiografía sobre la sangrienta cosecha de vidas que esta banda terrorista realizó por toda España.
Aquí está, sin más preámbulos, el diálogo de Andalupaz con el coronel retirado Luis Miguel Sordo Estella.
— En el prólogo de este libro recién publicado Las víctimas militares de ETA, el historiador Gaizka Fernández Soldevilla afirma que «las víctimas militares lo fueron dos veces: primero, de la violencia de ETA; después, del olvido». ¿Está de acuerdo con esta aseveración? ¿Por qué, aunque han transcurrido tantos años, este libro suyo es el primer estudio sobre los militares asesinados por ETA entre 1973 y 2008?
— Estoy totalmente de acuerdo con la afirmación de Gaizka Fernández Soldevilla. Este coronel, que vivió los denominados «años de plomo» (1977-1981) en el País Vasco, recuerda el silencio cómplice de una parte de la sociedad vasca, pero también del resto de la sociedad española, ante los atentados cometidos a las personas que llevaban uniforme y eran asesinados por ETA. Al silencio, mal compañero del miedo, a veces humanamente justificado en aquellas localidades pequeñas donde convivían familias ideológicamente opuestas y que conllevaba funestas consecuencias el significarse en el lado contrario de la condena de la violencia, le seguía con el paso del tiempo el «olvido» de lo acaecido, de la violencia terrorista.
No había necesidad de hablar del asesinato de un policía, un guardia civil o un militar. Eran servidores públicos del Estado y una gran parte de la sociedad, sobre todo la vasca, había interiorizado sin dudar que «entraba en el sueldo» de aquellos los riesgos de la violencia terrorista hacia su integridad personal. Con el paso de los años, conforme el proceso democrático español se fue afianzando, las víctimas del terrorismo fueron observando que los sucesivos gobiernos no tenían la suficiente sensibilidad hacia ellas y sus legítimas reivindicaciones no eran una prioridad.
No hay que ser muy negativo en la reflexión en este aspecto porque solo hay que recordar que, actualmente, siguen sin resolverse 379 crímenes de ETA, un 20 % de ellos de militares, sin que los sucesivos gobiernos hayan hecho lo suficiente para identificar a los autores. El propio Parlamento Europeo ha creado una denominada Comisión de Peticiones que visitó Vitoria y Madrid en 2021 con el objeto fundamental de que se investigue por qué no se han resuelto el 44 % de los crímenes de ETA y tratar de buscar respuestas a las familias de las víctimas ¿No es esta situación existente suficiente «olvido» a esas víctimas?
En cuanto a la segunda parte de su pregunta, pues me va a permitir que enlace la respuesta con el «olvido» señalado en el apartado anterior. Pienso que no hemos sabido o podido ser capaces en las Fuerzas Armadas de mantener la memoria viva de nuestros antepasados militares que dieron la vida por su país a manos del terrorismo etarra. Este olvido, involuntario, si así queremos llamarlo, ha sido injusto.
Mi libro pretende ser precisamente un recuerdo permanente a todas esas víctimas militares que en el estricto cumplimiento de su deber fueron asesinadas por la organización terrorista ETA. Para que esto suceda, para que los miembros de las Fuerzas Armadas asesinados por la sinrazón etarra no caigan en el olvido a lo largo del tiempo, este relato real que en mi libro se presenta ha de llegar a las nuevas generaciones, sin excepción, para que conozcan mejor un periodo de nuestra historia reciente marcado por la violencia y el terror de ETA. Me gustaría saber, por ejemplo, el grado de conocimiento que un joven oficial, suboficial o soldado profesional tiene actualmente de los generales Gómez Hortigüela, Quintana Lacaci o Lago Román, vilmente asesinados por la organización terrorista. Espero y deseo que mi libro pueda estar en las bibliotecas de las diferentes academias militares y de los acuartelamientos de los Ejércitos y la Armada para que la memoria de mis compañeros asesinados permanezca siempre viva.
— Usted ha reconstruido, cronológicamente, las historias de los militares asesinados por ETA, con las circunstancias de cada atentado y sus repercusiones, así como pinceladas biográficas de los asesinados. ¿Cuál es, en su opinión, el papel de la memoria y del relato en la deslegitimación social definitiva del terrorismo?
— Cuando ETA cesó definitivamente en su actividad armada el 2 de octubre de 2011 comenzó a gestarse por el entorno de la banda terrorista el propio relato de lo que había sido la actividad política de la organización frente a la historia real de sus víctimas durante más de 50 años. Conviene recordar que el diario proabertzale Gara (2/10/2011) publicó un editorial unos días antes del cese de la violencia etarra en el que advertía lo siguiente: «Aviso a los que quieren un relato de vencedores y vencidos: el que convenza, vencerá». Comentario muy significativo de por dónde debía moverse el mundo nacionalista radical al perpetuar el blanqueo de la historia de crímenes de ETA si no quería aparecer en los libros condenada para siempre. Para algunos investigadores ese texto editorial podría ser el punto de partida de lo que se ha denominado «la batalla por el relato». Cuestión que tiene su importancia en el tiempo del posterrorismo de ETA porque en esa batalla se quiere manipular de forma interesada el pasado y el olvido selectivo e interesado de lo que fueron y lo que significaron los más de 50 años de terrorismo de ETA para acabar imponiéndose a los hechos objetivos.
La sociedad debe estar permanentemente atenta a los discursos políticos y acciones estratégicas del entorno nacionalista radical y abertzale porque el objetivo de este mundo es precisamente construir su propio «relato», según el cual la lucha armada de ETA para conseguir sus fines políticos estuvo justificada ante la opresión del Estado español. En estas circunstancias, es fundamental el papel desarrollado día a día por los diferentes colectivos o asociaciones de apoyo a las víctimas del terrorismo, que manifiestan a través de concentraciones, conferencias, coloquios, artículos, revistas, visitas a centros educativos y otros eventos sociales o culturales, una postura firme respecto a lo que fue la actividad violenta de ETA durante 50 años y las consecuencias que tuvo para el país.
Siempre he sido de la opinión de que cada libro publicado relacionado con ETA, los seminarios o ciclos de conferencias organizados sobre temas de terrorismo, los artículos publicados por investigadores en revistas especializadas o cualquier debate sobre estas cuestiones fundamentales como son la memoria, el relato, los presos etarras, los crímenes sin resolver y muchos temas más acerca de la actividad terrorista de ETA o del posterrorismo son todos ellos pilares fundamentales para sostener el «verdadero relato» de la violencia terrorista etarra ocurrida en España.
— Aunque, por supuesto, detrás de cada cifra hay un rostro, una historia y una vida, lo cierto es que las estadísticas ayudan a establecer la magnitud de determinados fenómenos históricos. Y llama la atención que en el tema del terrorismo de ETA hay cierto baile de datos a la hora de algo a primera vista elemental: cuantificar las víctimas mortales de la banda. ¿Cuáles han sido las conclusiones de su estudio en cuanto al número de víctimas mortales militares? ¿Cómo ha llegado a tales conclusiones, a partir de qué fuentes de información?
— El número de militares asesinados por ETA son un centenar (1973-2008). El proceso para conocer exactamente dicho número resultó tremendamente laborioso. Había una primera información con el libro Vidas Rotas de Alonso, Domínguez y García Rey (2010) en donde se reflejan todas las víctimas mortales de ETA. Fue una primera aproximación. Posteriormente, el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo me remitió un nuevo listado en el que solo figuraban las víctimas militares. Evidentemente, faltaba lo fundamental, la información del Ministerio de Defensa. Solicité a la dirección general de personal del Ministerio la correspondiente información indicando que se trataba de la publicación de un libro sobre las víctimas militares de ETA y necesitaba la información completa de la que dispusiera. Una vez recibida dicha información y para poder cotejarla con la que, a su vez, tuviesen los propios Ejércitos y la Armada, me dirigí a los Cuarteles Generales de dichos organismos, para solicitar la documentación que les constara en sus archivos. Los citados organismos me remitieron toda la información que tenían al respecto. Comprobadas y organizadas todas las listas obtuve el número real de militares asesinados por ETA. Por último, recopilé también información de la que disponía el Ministerio del Interior y de las principales Asociaciones de Víctimas del Terrorismo para finalizar la investigación con el número total de víctimas militares y comenzar posteriormente el estudio de cada atentado mortal.
Asimismo, en mi libro se cita al personal civil de la administración militar asesinado en los atentados sufridos por los militares a los que prestaban servicio en ese momento o en otros atentados. Su número total es de 16. En cuanto a los heridos militares de ETA no ha sido motivo de estudio en este libro, pero se cita en él la cifra de 48 militares heridos según otras investigaciones. De la misma manera, al tratar el libro exclusivamente de víctimas mortales militares no se hace referencia al personal militar que ha sobrevivido a algún atentado. Sin embargo, también se cita en el libro el atentado a un autobús de la Academia General Militar de Zaragoza el 30 de enero de 1987, en el que fallecieron el comandante de Ingenieros del Ejército de Tierra Manuel Rivera Sánchez y el conductor civil de dicho autobús, y que dejó, además, 30 heridos militares que viajaban en aquel. En la entrevista realizada a uno de estos heridos, el comandante de Infantería Antonio Mayo Bejarano, y que figura al final del libro, aparecen nominalmente los heridos en el atentado. Otro caso muy significativo, por lo que representa para este autor, sería el del teniente coronel de Infantería del Ejército de Tierra Rafael Villalobos Villar, compañero de Promoción de la Academia, que sufrió un atentado de ETA mediante bomba-lapa colocada en los bajos de su coche el 17 de octubre de 1991 en Madrid y resultó con heridas gravísimas, pasando posteriormente a la situación de retiro por inutilidad física, como consecuencia de las lesiones sufridas en el atentado terrorista. Es la única víctima de ETA en mi Promoción.
— ¿Hay un perfil mayoritario entre los militares asesinados por ETA, por ejemplo, únicamente altos mandos o, al igual que en el caso de la Guardia Civil y la Policía Nacional, existe una diversidad importante de víctimas, que abarca incluso a personas bastante desvinculadas de la lucha antiterrorista como tal?
— Bueno, en la estadística que aparece en mi libro ya indico que el mayor número de víctimas mortales militares corresponde a la Escala de Oficiales, con 65 asesinados. El número de Oficiales Generales asesinados suman 16. Le siguen a continuación los Suboficiales, con 12 asesinados y, por último, el personal de Tropa y Marinería, con 7 asesinados. Dentro de este personal militar algunos son músicos, médicos, interventores o jueces dentro del propio estamento militar, destinados en los diferentes Ejércitos a todos los efectos. A partir de la Ley 17/89 Reguladora del Régimen del Personal Militar Profesional, los Cuerpos Jurídico, de Intervención, Sanidad y Músicas Militares se constituyeron como los Cuerpos Comunes de la Defensa, dependientes directamente del Ministerio de Defensa y no de los Ejércitos o la Armada como hasta entonces.
Por otra parte, el hecho de que fuera asesinado por la violencia terrorista personal militar no perteneciente a las Armas clásicas, es decir, perteneciente a alguno de los Cuerpos militares citados, no tenía significación especial para la organización terrorista. ETA no entendía de empleos, divisas, Armas, Cuerpos, etc., asesinaba al militar que constituía el objetivo más factible y sin riesgos para el comando ejecutor. Pudo haber alguna excepción de acuerdo con las directrices emanadas por la dirección de la banda terrorista, pero en general asesinaban para causar miedo, terror, dolor, sufrimiento físico/psíquico y, por encima de todo, advertencia subliminal al resto del colectivo, y propaganda con sus acciones terroristas. Usted lo dice, ¿qué significado podía tener tirotear a un retirado y anciano militar? Yo le respondo: Para ETA y su entorno provocar el máximo de dolor y sufrimiento en la familia y su entorno. Respecto a las Fuerzas Armadas, crear la máxima crispación en el colectivo militar y lanzar un serio aviso de que nadie está seguro. En cuanto a la sociedad, dar una imagen de fortaleza frente al considerado como «Estado opresor».
— En su opinión, además de la «cosificación» de las víctimas y del odio a cualquiera que vistiera un uniforme y sirviera a un Estado que ETA consideraba «opresor», ¿habría otros objetivos en la agenda asesina de ETA con respecto a las Fuerzas Armadas?
— El objetivo de ETA siempre ha sido el estamento militar en general, militares o las infraestructuras donde se ubicaban. Respecto a los militares, además de la propia acción terrorista dirigida al colectivo que provocaba dolor y sufrimiento de por vida a las familias de los asesinados, estaba el componente psicológico de crear indignación y crispación dentro de las propias Fuerzas Armadas con cada atentado, que les impulsara a provocar el nerviosismo en el gobierno correspondiente ante la posibilidad de un levantamiento militar.
Claro que en la agenda de ETA han figurado grandes objetivos, solo hay que recordar la planificación del atentado, posteriormente abortado, en Mallorca, contra el Rey Juan Carlos I, máximo representante de las Fuerzas Armadas. El presidente de Gobierno José María Aznar, del que dependía directamente la cúpula militar, salió milagrosamente ileso de un atentado perpetrado por la banda terrorista en 1995, en Madrid. Asimismo, el 7 de mayo de 1981 el comando Argala de ETA atentó en el centro de la capital madrileña contra el jefe del Cuarto Militar del Rey Juan Carlos I, teniente general Joaquín Valenzuela Alcívar-Jaúregui, quien resultó ileso milagrosamente, pero quedó herido gravemente. En dicho atentado perdieron la vida el ayudante del general, el teniente coronel del Ejército de Tierra Guillermo Tevar Seco, el sargento de la Guardia Real Antonio Nogueira García y el cabo de la Guardia Real Manuel Rodríguez Taboada, estos dos últimos escoltas, que viajaban en el vehículo oficial del general Valenzuela. Obviamente, la información de ETA sobre los movimientos del teniente general destinado en Zarzuela eran evidentes para la posterior realización de una espectacular acción terrorista que generaría una gran propaganda mediática por la importancia del objetivo.
En el Ministerio de Defensa, lo cito también en el libro, fueron tremendamente importantes los atentados de ETA contra los directores generales de Política de Defensa, el vicealmirante Escrigas Estrada y el teniente general Veguillas Elices, asesinados en 1985 y 1994, respectivamente, en Madrid, cuando circulaban en su vehículo oficial.
Respecto a las infraestructuras militares, ETA ha planificado atentados e introducido explosivos en los cuarteles, como las dos bombas de 40 kilos de amosal colocadas en la residencia de oficiales y suboficiales de la base militar de Araca (Vitoria), el 6 de mayo de 1997, con el resultado de un coronel y dos empleadas heridos. Asimismo, el intento de asalto y robo de armamento en el cuartel de Berga (Barcelona) de miembros de ETA político-militar, ocurrido el 15 de noviembre de 1980, frustrado por los centinelas de dicho acuartelamiento. Son dos ejemplos de acciones terroristas de ETA relacionados con las Fuerzas Armadas.
La colocación de explosivos para producir cuantiosos daños humanos y materiales en los acuartelamientos militares, así como el robo de armamento o incluso de artefactos explosivos han estado siempre en el pensamiento de ETA. Hay que recordar que seguidores o pertenecientes al entorno etarra hicieron el Servicio Militar y la información que podían dar de lo que sucedía en sus acuartelamientos era vital para la organización terrorista. ETA estaba en contra de la «mili», pero no impedía a sus jóvenes militantes «no fichados» por la Policía o simpatizantes el poder hacerla. Era un periodo de instrucción militar y conocimientos técnicos que le resultaba completamente gratis a la organización terrorista: armamento, tiro, transmisiones, conducción de vehículos, manejo de artefactos explosivos, etc.
— ¿Qué porcentaje del centenar de atentados mortales de ETA contra los militares permanecen aún sin esclarecer por parte de la Justicia? ¿Ha conocido la situación y opinión de los familiares de estas víctimas?
— Del centenar de atentados, en un 20 % se desconocen los autores; en otro 20 % han sido identificados alguno de los etarras participantes en las acciones terroristas, pero no todos los responsables. En consecuencia, solamente el 60 % de los atentados mortales a miembros de las Fuerzas Armadas tienen autores identificados.
Los familiares de las víctimas de atentados sin resolver únicamente exigen justicia, que las autoridades competentes del Estado pongan en marcha todos los mecanismos necesarios para que dichos atentados sin resolver no queden impunes. Para alguna familia, han sido años de lucha y desesperación. Hay actualmente nombrado un fiscal de la Audiencia Nacional, Marcelo Azcárraga, encargado de coordinar las investigaciones de todos los atentados de ETA sin resolver, cuyo número asciende a 379, como ya he citado. Espero y deseo que muchos de ellos puedan ser resueltos en breve tiempo.
— Usted apunta brevemente en el libro que algunos de los militares asesinados fueron compañeros suyos. Y, de hecho, estuvo destinado en el País Vasco en dos ocasiones, como un joven teniente (y luego capitán) en Bilbao, en los llamados «años de plomo», entre 1977 y 1981, y en San Sebastián, ya como Coronel Jefe del Regimiento de Infantería Ligera «Tercio Viejo de Sicilia», entre 2005 y 2007. ¿Cómo recuerda estos períodos de su vida? ¿Qué implicaba ser un militar destinado al País Vasco con ETA en plena acción?
— Efectivamente, estuve en Bilbao cinco largos años y en San Sebastián los dos años de Mando como coronel de Regimiento. Tanto en una etapa como en otra, diferentes por sus propias características intrínsecas y extrínsecas, los recuerdos son maravillosos. En Bilbao era un joven oficial «que se comía el mundo», con unos compañeros y amigos excelentes, solteros todos entonces a finales de los años setenta. Las buenas unidades militares de mi destino, el ímpetu de la propia juventud, la energía diaria, el tesón, el esfuerzo constante, el trabajo sin límite de horario, la disciplina, la lealtad como un preciado valor militar y el vivir en condiciones difíciles por el terrorismo imperante fueron un antídoto contra el ambiente político y social que existía entonces en España y en el País Vasco en particular. Los atentados estaban a la orden del día, principalmente en el País Vasco, y el personal uniformado era objetivo preferente. Sin embargo, la mayoría de nosotros nos relajábamos con múltiples actividades al acabar la jornada militar porque la situación de tensión existente, unida a las fuertes medidas de seguridad a adoptar, podían volverte loco. Yo en aquellos años destinado en Bilbao inicié la carrera de Psicología, me matriculé en inglés en la Universidad de Deusto, obtuve el título de piloto privado, de buceador y de paracaidista civil. Creo que aproveché suficientemente el tiempo que estuve allí destinado, no necesitaba integrarme en la sociedad vasca porque Bilbao lo conocía desde niño, tenía y tengo familiares allí emigrados en los años sesenta de la Castilla rural de entonces y me sentía cómodo en un ambiente social y político enrarecido a finales de los setenta y primeros de los ochenta. Sin embargo, la cruda realidad era que bastantes compañeros no llegaban a integrarse nunca en la vida social y cultural de la sociedad vasca.
Mi periodo en San Sebastián ya correspondió a otros años, el terrorismo estaba también ahí, pero ETA ya empezaba a tener dificultad para cometer atentados. Bien es cierto que como máxima autoridad militar de Guipúzcoa era posible objetivo de la banda terrorista, pero hice una vida normal y también disfruté de la belleza de la ciudad donostiarra, con las medidas de seguridad correspondientes. Fueron también dos años muy bonitos, donde conocí a vascos estupendos con los que sigo manteniendo una relación de afecto y amistad sincera.
Como creo ya he citado anteriormente, algunos de estos compañeros en tierra vasca serían asesinados por la banda terrorista ETA. El ser militar y vivir en aquellos primeros años de la Transición española en el País Vasco era tener la posibilidad de ser víctima de la violencia etarra en cualquier momento y situación, además de tener en vilo a tu familia de forma permanente. Era salir de casa por la mañana para acudir a tu trabajo y no saber si ibas a regresar. Tu familia lo sabía y, según me contaban algunos compañeros casados, la despedida de la esposa y los hijos diariamente llegaba a adquirir caracteres épicos. Los vecinos, los posibles amigos o los dueños de las tiendas donde adquirir los productos básicos se alejaban paulatinamente de tu entorno por miedo a las posibles represalias de los violentos si conocían que eras militar. Como norma básica, se ocultaba la profesión, el salir vestido de uniforme andando o en coche, se cambiaba o se quitaba el nombre en los buzones de la vivienda, se tomaban estrictas medidas de seguridad si se utilizaba un vehículo para el transporte o bien si se paseaba o se permanecía en locales cerrados. Incluso se llegaba a colocar una nueva matrícula en el propio coche de la comunidad vasca como medio de disuasión. A los militares que llevaban años viviendo en localidades del País Vasco y han seguido permaneciendo hasta nuestros días en aquella bonita tierra los he considerado siempre como verdaderos héroes. Ellos constituyen un verdadero ejemplo de lucha y resistencia frente a la violencia terrorista etarra y frente al desprecio, la ingratitud, el silencio cobarde o la indiferencia de los que jaleaban el terror de ETA.
A pesar de aquella situación de violencia y sufrimiento, volvería a estar allí…como en aquellos inolvidables años de joven oficial.
— Por último, a modo de homenaje, para que queden en nuestras páginas, ¿podría mencionarnos los nombres de los militares andaluces asesinados por ETA?
— General de Brigada José Manuel Sánchez-Ramos Izquierdo, natural de San Fernando (Cádiz).
— Sargento de la Guardia Real Antonio Nogueira García, natural de Frigiliana (Málaga).
— Teniente del Cuerpo de Músicas Militares César Uceda Vera, natural de Andújar (Jaén).
— Teniente del Ejército de Tierra Juan Enríquez Criado, natural de San Fernando (Cádiz).
— Celador Mayor de la Armada Aureliano Rodríguez Arenas, natural de Córdoba.
— Teniente del Ejército de Tierra Francisco Carvallar Muñoz, natural de Santa Olalla del Cala (Huelva).
— Teniente coronel del Ejército del Aire Juan Romero Álvarez, natural de Cádiz.
— General de División médico Dionisio Herrero Albiñana, natural de Sevilla.
— Teniente del Ejército de Tierra Miguel Peralta Utrera, natural de Medina Sidonia (Cádiz).
— Sargento del Ejército de Tierra Miguel Ángel Ayllón Díaz-González, natural de Granada.
En Andalucía fueron asesinados por el comando Andalucía de ETA, dos militares: el sargento granadino del Ejército de Tierra Miguel Ángel Ayllón Díaz-González, en Córdoba, el 20 de mayo de 1986 y el coronel médico madrileño, afincado en Sevilla, Emilio Muñoz Cariñanos, el 16 de octubre del 2000, en su consulta en Sevilla. Estos fueron los dos únicos atentados mortales contra miembros de las Fuerzas Armadas cometidos por la banda terrorista ETA en territorio de la comunidad andaluza como tal.